edad de hierro, La
Una mujer madura, condenada a muerte por un cáncer de huesos, escribe una larga carta a su hija, que vive en Estados Unidos alejada del infierno en el que se ha convertido su país natal y residencia de su madre: Sudáfrica, un escenario escabroso bajo el régimen del apartheid. El día en que la protagonista regresa del médico con pésimas noticias descubre a un vagabundo negro refugiado en su cobertizo, y así da comienzo una relación íntima y ambigua. Ni amigos ni amantes, ambos personajes se acompañan en una etapa personal e histórica especialmente dura. Este es el hilo conductor que sirve al autor para denunciar la violencia de una sociedad y sus consecuentes miserias humanas, y lo hace a través de una narrativa elegante y afinada propia de un gran escritor.
En la larga carta que escribe la señora Curren a su hija somos testigos de la injusticia de una sociedad dividida y en combate, de los miedos y la indefensión y las continuas preguntas sobre el estado del país, cuándo abandonará esa edad de hierro para avanzar a otra época más luminosa, menos depredadora, de una peculiar historia de amistad y compañía entre una mujer blanca y un vagabundo negro, una especie de ángel caído que sirve de apoyo, de presencia, de objeto cercano en el que volcar el miedo de un cáncer que roe desde dentro hasta el más pequeño hueso y sentimiento. Una mujer muerta que escribe sobre un país en llamas. Y que en esa escritura intenta comprender, poner un muro a la muerte, convertirse en palabras y que las palabras le lleven hasta su hija, hasta la (comprensión de) la vida y el dolor que le carcome cada día.
La edad de hierro es un libro duro, intrigante, una continua reflexión sobre la vida y un intento de comprender y preguntarse sobre una época tan dolorosa como el apartheid sudafricano.