La desobediencia
Estamos en un momento vital, de ruptura y salto al vacío, en el que el feminismo es una fuerza que interpela y transforma. En Bolivia, la marea feminista ha surgido del hartazgo, el dolor, la ira y la náusea ante la acumulación de casos de violencia física y sexual extrema que quedan en la impunidad. El espectáculo horroroso de los cuerpos de mujeres torturadas, mutiladas y violadas, y la impotencia ante un sistema que encubre a los perpetradores y retrasa —o directamente niega— la justicia a las víctimas, han empujado a cientos de mujeres a tomar las calles.
La historia de las mujeres está hecha de gestos de disidencia, públicos y anónimos. Desobedecer es negarse a ser cómplice de un sistema, pero también imaginar que la realidad podría ser de otra manera, que la historia podría haber tomado otro rumbo. Por eso el feminismo es un ejercicio de la desobediencia pero también de la imaginación desbocada.
Aquí se juntan nuestras vulnerabilidades, nuestros miedos, nuestra fuerza, nuestra rabia, nuestro voraz anhelo de cambio y nuestra lectura de un presente al que no podemos ver con claridad por estar inmersas en él; más que dar respuestas, estamos tratando de plantearnos preguntas que amplíen el campo de lo que se puede pensar, decir y sentir. Si algo ha caracterizado a las luchas feministas ha sido su capacidad para asumir las dimensiones enormes del desafío de replantearse todo. Estos textos se atreven a proponer nuevos y provocadores caminos, nuevas e inquietantes preguntas, y a soñar con alternativas osadas por donde se vaya filtrando la imagen de otra realidad posible.