Ecofeminismo decolonial y crisis del patriarcado
Este ensayo, de gran belleza y evocadora prosa, sencillo y directo, nos invita a revisarnos, tanto interior como exteriormente, a partir del feminismo y de la conciencia ecológica.
La autora nos interpela: ¿Cómo es que hemos llegado a esto? ¿Están devastadas la naturaleza, las áreas verdes, el paisaje interior? Y nos llama a conquistar nuevamente el equilibrio de la vida, usar pocos recursos para hacer la revolución, revisar nuestras representaciones masculinizadas, utilizar la luz de nuestros cuerpos para hacer caer esos viejos paradigmas. revisar nuestra escritura, nuestro lenguaje, ya que desde ahí habitamos y percibimos el mundo.
Las mujeres se están organizando para llevar a cabo la caída del patriarcado. El patriarcado y el sujeto están en crisis. Descolonización y ecología, dos potentes herramientas para el cambio vital y la inauguración de una nueva realidad. El problema del feminismo como conciencia ecológica y el rol de las mujeres en el equilibrio de la vida, es lo que Patricia llama a proteger, un cambio de conciencia en la que los gestos adquiridos, los hábitos, sean considerados parte de esa cadena humana que aspira a permanecer. A no ser que nuestro nihilismo sea radical.
Reproducimos la presentación de este libro que hacía la propia Patricia en un artículo publicado el 28 de noviembre de 2018 en The Clinic (Chile):
"¿Cuánto de neurosis hay en esta carrera (¿consciente?) hacia la autodestrucción? La primera vez que leí Crimen y castigo, intuí que existe una relación entre el deseo y la culpa, por el hecho de tener que cometer un acto que nos haga responsables, o justifique, el absurdo en nuestras vidas. Creo que Albert Camus enfrenta ese tema a su manera en su novela El extranjero. Una vida necesita mucha valentía para ser vivida hasta sus últimas consecuencias, percibir el sinsentido, es muchas veces una ruptura, narrativa y epistémica: ¿a dónde vamos con esto?, ¿cómo y por qué?, ¿cómo explicamos lo que vivimos?, ¿dónde lo colocamos?, ¿cómo construir un relato con pedazos dispersos? Una vida sentida como valiosa, en posesión de sí misma, es lo más importante. Es lo que llamamos comúnmente ?armonía?, cuando sentimos que el deseo fluye, que deseamos esta vida y no otra, estar donde estamos y no otro lugar. El ?amor fati? de Nietzsche. Yo te elijo, mi vida, y doy y existo para ti, estoy aquí y no en otro lado. Es lo que más cuesta ahora mismo, sentir que deseamos estar donde estamos. A las mujeres se nos obliga a detestar nuestra historia y nuestro lugar en el mundo a fuerza de maltrato. Esa armonía que debería llevarnos a que nuestro deseo se encuentre con nuestra voluntad, se pierda en el laberinto de la especulación capitalista, del rendimiento y el aprovechamiento. Nuestro deseo es capturado, secuestrado para servir a los más poderosos, la mayoría hombres blancos del norte, dueños del capital financiero. 15% de la población es blanca o esa máscara que se supone es el color blanco, como lo decía Franzt Fanon, son máscaras, nadie es ?color blanco?, es una ideología de raza que en el fondo no existe, pero que domina el planeta creando castas, superiores e inferiores. El peruano Aníbal Quijano lo ha explicado en su idea de ?zonas de no ser?. Desde la filosofía kantiana a lo.as habitantes del sur se les ha inscrito en una categoría subhumana, son humanos a medias, no enteros. Las mujeres somos las que habitamos el limbo del no-no-ser, las que tenemos que luchar doblemente por existir. La racialización de nuestra especie, como que formamos parte de un mundo vivo que abarca también animales y plantas, ha llevado a crear subcategorías de mujeres más oprimidas y explotadas. No es que se busque esencializar el tipo de piel, sino que hay, como también lo reconoció Aimé Césaire, una historia de mujeres esclavas por su tipo de piel, negras o indígenas, más oprimidas, más atropelladas. Es lo que se conoce como feminismo interseccional, en tanto que comprende esta contextualización del problema de la opresión. Muchas personas, mujeres y hombres, dominado/as viven soñando con venir a Europa y formar parte de esta ?civilización? milenaria, organizada bajo el dictado cartesiano y kantiano, máxima cada vez más devaluada en una vida que es la imposición del o de la más fuerte, de sobrevivientes en esta guerra soterrada. Cada acto de tu vida parece planificado por una serie de redes que no te dejan respirar, tu libertad es separarte de tu deseo para ir a comprar. Lo vivo a diario, cuando salir a la calle siempre conduce a una tienda, donde los espacios de encuentro casi no existen sino aquellos donde tu miserable vida se muestra al servicio del gran capital, esos dioses invisibles que nos señalan desde arriba con un dedo como mujeres, consumidoras, sexo débil, etc. Entonces, abramos los ojos, te dices, iré a dar una vuelta, y solo hay rutas de asfalto que dirigen hacia las tiendas, la experiencia humana se hace pobre, se seca y se automatiza. Robotización, mecánica, cero poesía. Miraba a un hombre leyendo su periódico en un café, desde el bus. Tenía un rictus de hartazgo que colgaba en la boca, mientras parecía mirar a la gente pasar. Al final, la vida se convierte una serie de gestos repetitivos, administrativos, contabilizados por una entidad invisible, confinados a hacer de tu vida una subsistencia planificada, aplastando a quien se interponga en tu camino, para llegar ¿dónde? No lo sabemos, alguien debe saber en nuestro lugar. Sentido común: Si nadie dice nada, si todo el mundo compra cosas y está satisfecha con ellas, debe ser porque ese es el sentido absoluto de la existencia, porque algo habrá al final. Deseo mimético. Esa es la civilización civilizatoria, un programa de alienación y sometimiento. Las mujeres, las que tenemos más tiempo libre, estamos obligadas a resistir, a no llenarnos de objetos inútiles y tóxicos."