Goethe en Dachau
Creo que en ningún lugar en el mundo se puede reconocer de manera más exacta qué es Hauptsache [lo fundamental], lo que, en el fondo, es importante en la vida. Como en un Konzentrationslager (p. 96)
Las reflexiones de Goethe sobre los acontecimientos sociales demuestran su sagaz entendimiento y ahora entiendo mucho mejor por qué Marx tenía tamaña veneración por él.[...]
Claro que puede ocurrir que caigan más bombas y que las cosas vayan entonces peor, pero ¿acaso es eso motivo para dejar de escribir?[...]¿Acaso podría, en una hora tan peligrosa como esta, que quizá sea mi última hora, ocuparme de la VIDA de una manera más digna y más intensa? (p. 181-82)
¿Cómo enfrentarse al horror? ¿Dónde se encuentra el límite de la supervivencia? Puede haber múltiples respuestas pero Nico Rost lo consigue, posiblemente en el lugar más inesperado, donde lo tangible desaparece y el sustento físico es inexistente (¿seguro?): la cultura. Este formidable holandés errante, extraordinario antifascista que lucho con sus armas contra la barbarie nazi: la pluma, la palabra, las revistas, los libros, las traducciones, es encarcelado, privado de alimentos y de libertad. Empero, como dice Núria Molines en su nota de traducción, «pese a los esfuerzos sistemáticos de deshumanizar al prisionero por parte del sistema concentracionario, es la literatura, la palabra, lo único que logra salvarle, lo único que le permite apartar sus pensamientos de la muerte, el hambre, la nostalgia, el frío y los cadáveres» (p. 13).
Nico Rost eleva un testimonio que traspasa fronteras, engrandece al género humano y lo dota de ese punto de rebeldía para forjar un mundo mejor en cuya lucha tantos perecieron. Y él sobrevive para dar cuenta de ello. Relato excepcional, no tanto por la descripción del campo, la muerte y la podredumbre moral del nazismo, sino como ejemplo paradigmático de que la literatura, el arte, la filosofía y la historia nos salvarán.
No podemos dejar de leer este texto como un monumento a la cultura, y a ésta no como algo hierático y vano, si no como necesidad imperiosa de trasmitir unos valores que transciendan. Y en ese empeño transcurren los días y las semanas de Nico Rost. «Stendhal y Goethe son y serán cada vez más los escritores que mejor puedo leer en un entorno horrendo como este, en medio de una epidemia de tifus (...) la obra de Stendhal posee emoción mediante un realismo genial al que, como contrapeso a este horrendo infierno, puedo aferrarme con ambas manos» (p. 206).
En definitiva, hay que leer este libro. Nos abruma su grandeza, su enorme generosidad, su capacidad de empatía y el esfuerzo intelectual en el cual trabaja para dar cuenta. En sus propias palabras, para «acercar a nuestros semejantes el concepto de dignidad humana» (p. 227).
Y acabo con otra cita, ya que cualquier palabra nuestra palidece ante la majestuosidad del libro:
«He vuelto a constatar lo bueno que es leer y escribir tanto como sea posible.
Quien habla del hambre, acaba teniendo mucha hambre.
Y los que hablan, más que de otro tema, de la muerte, son los primeros que mueren.
Vitamina L (literatura) y F (futuro) me parecen las mejores provisiones» (p. 237)
Nico Rost uno de los nuestros.