Hacia una descolonización de la ciencia moderna
La noción y la praxis hegemónicas de lo que llamamos ciencia se impuso en la mayor parte del planeta desde un proyecto cuyo signo es la dominación. Todo ese constructo, germinado en la modernidad y puesto en ejecución a partir de la Revolución Industrial, tuvo y tiene la intención de articular fórmulas de pensamiento que han demostrado su eficacia en aplicaciones directas que apuntan al «desarrollo y progreso de la sociedad». La
ciencia tomó entonces el lugar del «único» conocimiento válido y aceptado desde la época de la modernidad y para ello fue necesario descalificar e invalidar otros sistemas de conocimiento, otras metódicas y metodologías provenientes de las cosmovisiones de pueblos ancestrales y originarios. En nuestro continente, la colonización y el racismo epistémico inherente a su naturaleza secuestraron y borraron los diálogos de los diferentes pensamientos y creaciones que tenían miles de años de convivencia. Siglos después del dominio imperial, la racionalidad no alineada al canon occidental continúa en la construcción de mecanismos propios, para afianzar la investigación y los talentos científicos locales, como un proceso de rescate, conservación y preservación de acciones vinculadas con la vida en comunidad, lejos del sesgo de la pretendida superioridad europea.