No hay nada que huya
Lo primero que podemos afirmar de No hay nada que huya es que resulta un libro a todas luces extraño, pues difícilmente su poética puede adscribirse a alguna de las tendencias que, con mayor o menor fortuna, recorren los caminos de la lírica española actual. Estructurado en tres partes de desigual extensión («El hombre en bosques antiguos», «Una furiosa heteronimia» y «Breve oceanografía»), vertebra el poemario la voz alucinada de un loco, una voz que duda de su identidad, que se desconoce, que se extraña de sí mismo y, a la vez, se asombra de todo lo que le rodea, una voz que idea un nuevo lenguaje y trama con él un discurso al borde del abismo del significado. Es el hallazgo de esta voz, que crea, recrea y retuerce el lenguaje para reinventar, tal vez, el mundo, el rasgo más reseñable del libro y lo que hace de él una obra tan singular.