Punto de cruz
La inesperada muerte de la mejor amiga de la protagonista es el punto de partida de esta novela, que narra la transición a la adultez de tres adolescentes. Su descubrimiento de un mundo atravesado por violencias machistas, clasistas, racistas y medioambientales que las asombra y decepciona a partes iguales.
Punto de cruz entreteje diferentes tiempos, conversaciones y vivencias para contarnos la relación entre Mila, Dalia y Citlali, quienes encuentran en la amistad la herramienta más poderosa de cuidado y resistencia. Y también en el bordado, una actividad que a lo largo de diferentes épocas y culturas ha reflejado la represión y la libertad, la comunidad y el arte. Esta novela es, además, la crónica de un viaje de las protagonistas por Europa. Una aventura llena de hallazgos lingüísticos y culturales, en la que el camino de cada una, y sus heridas, empiezan a perfilarse.
«Siempre estábamos bordando y bordábamos juntas. Citlali bordaba un bestiario de animales y plantas extintas, de colores brillantes, y una colección de arañas y telarañas que llamaba su aracnario; Dalia bordaba patrones abstractos, cenefas cada vez más intrincadas; y yo bordaba en mi ropa frases de libros y canciones, y dibujos de objetos, partes del cuerpo y figuras prehispánicas. La gente empezó a referirse a nosotras siempre en plural, con los mismos adjetivos -listas, cariñosas, cortadas, ñoñas, miedosas-, a imaginarnos como una criatura de dos o tres cabezas».
«Si la alegre era Dalia, entonces las tristes éramos Citlali y yo. Pero yo no estaba de acuerdo, para mí Citlali era la divertida, aunque es cierto que el humor no necesariamente se contrapone a la tristeza. La de los gestos, las imitaciones y las bromas era Citlali. Yo era la de los chistes en voz baja, la de los buenos chistes que nadie recordaba que yo había dicho, y mi tristeza era así también: una tristeza en voz baja».