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El tren del olvido
A Descolonizar Hermanes

El tren del olvido

Autor/a
Editorial
ISBN
9789504967316
Ressenya

Mi nombre es Llankaray. Soy una mujer mapuche. ¿Qué es ser mapuche? Les diré: mapu es tierra, y che, gente; gente de la tierra. Pero no es la idea de tierra que todo el mundo tiene, es más que eso. Es el mundo tangible y el mundo perceptible, el mundo bajo nuestros pies y también el de arriba, y el que está alrededor nuestro.
 

La mapu tiene vida. Es una fuerza, un newen. ¡Qué bella palabra! ¿No lo creen así? Newen: energía, fuerza, toda forma de existencia que crea y alimenta el mágico círculo de la vida. He nacido y vivido desde siempre en la Patagonia. Mi idioma es el mapudungun, el habla de la tierra, así se llama nuestra lengua milenaria. Soy una guerrera de mi nación, una weychafe. Vengo de una estirpe de mujeres sufridas pero valientes. Una de ellas, quizás la más valiente de todas, es la que marcó mi camino y nos dejó un legado, su medicina, su enseñanza: nunca rendirse. Y una promesa: jamás olvidar. Se llamaba Pirenrayen, era mi abuela. De ella sé todo lo que nos sucedió a partir de la llegada del wingka invasor.


En estos últimos días, los recuerdos me llegaron arremolinados a la mente, como si hubiera cabalgado el viento transportándome al pasado. El invierno, con sus dedos trémulos de frío, me ha confinado a una perenne pausa, iluminada al calor del fuego que me arrulla con el crepitar de la leña. El tiempo extrajo, de un rinconcito cálido de mi alma, los relatos de mi abuela cual si fueran retazos de la memoria apolillada de mi pueblo. En mi niñez, tantas veces me aburrí al escuchar una y otra vez las mismas historias, y ahora, a mis setenta y cinco años, cobran vitalidad e importancia. Guardarlas en mi interior, acallar esas voces sería asesinar la verdad de mi esencia y origen. Mucho se dice hoy de mi pueblo, mal pensamiento e intenciones tienen quienes hablan de él. Weshakeche, gente mala son. Sin embargo, no hay venganza en el corazón de mi gente. No hay palabras. Vastos silencios hay, extensos como las planicies áridas de mi Patagonia. Susurra el viento del sur los nombres, los hechos, las injusticias. Guardan las montañas, ancianas milenarias, lamemoria. Cantan los ríos las verdades del pasado, gritan los bosques los dolores del presente. Pero el wingka no sabe, no conoce, no puede, no quiere hablar el idioma de la tierra, abrir los portales de la conciencia y encontrarse con su corazón. A pesar de todo, la simiente de una nueva humanidad va floreciendo en los prados fértiles de la esperanza. Son nuevas flores de diversos colores latiendo en un solo corazón telúrico. Mujeres y hombres de un nuevo presente caminan preguntando sobre la verdad, buscan en la memoria de los territorios las voces inaudibles de los espectros fantasmales del pasado para que les revelen sus verdaderas historias. Sin mentiras y sin gloria, sin ganadores ni perdedores, sin malos ni buenos. Invadidos e invasores buscando un lugar en la historia, en la tierra y en un presente fugaz, que permita arrebatarle a la injusticia los nombres a los que vamos a honrar con la verdad. Por eso cuento, por eso hablo.

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